Desendiosando la creación poética.
RANNEL BAEZ
Premio Internacional de Poesía Casa de Teatro (Orbe Per Verso, 2002).
“Es la invasión de mercancía poetastra
en un universo hipnotizado
por el atropello del mal gusto.
Un mundo posburgués que (...)
niega el instrumento mismo de la resurrección,
que es la palabra del poeta.”
- Juan Manuel Rivera.
Antología “La Ciudad Prestada”.-
(Ponencia para la VIII Feria Internacional del Libro, 2005.
Plaza de la Cultura. Santo Domingo)
La hipótesis es que nadie nace poeta, ni física, ni biológica, ni mental, ni espiritualmente. El poeta construye su musculatura neuronal en un proceso energético endógeno y externo como lo haría un pelotero, o un bailarín, o un guitarrista, o un gimnasta: con ejercicios rutinarios, progresivos y sistemáticos, con vueltas rítmicas, meditativas y oníricas, con cuerdas diapasonadas, vasculares, afinadas, con maromas cronométricas y aeróbicas. El poeta se hace poetizando. El poeta es el medio y el poema es el fin. El fin del poema justifica los medios del poeta. “A escribir se aprende escribiendo”, dijo un escritor. El poema surge como el diamante, tosco, en bruto... entonces se pule, una, dos, tres... todas las veces... se repule y contrapule con lija mental, fricción y acción del arte y con lima instrumental, trastocando el lenguaje frío y seco, articulándolo en paradigma del signo y de la voz, hasta darle sus contornos metafóricos, hasta despejarle los huecos adjetivos que lo matan, hasta sacar su brillo de piedra, de diamante verbal y semántico, real e imaginario... Aplaudo a los “genios” (de lámparas jumiadoras) que sacan el “poema” de un tirón...
Aquí pudiera decir punto y aparte y terminar con este asunto. Pero la verdad no se conforma con párrafos cortos aunque tenga piernas largas.
Ya comprenderán que para inmunizar los síntomas de la enfermedad poética se necesita más que un párrafo parco y una hipótesis versátil. Es por esto que debo seguir aplicando esta receta, para “curar en salud” las dudas y los orgullos. Es de rigor que discurra con este CC de inspiración y otras jeringas de creamina para desendiosar la creación poética en un paciente que cada día conoce menos el desequilibrado quebranto que padece: ser poeta, con la hipocondríaca creencia de ser el único infectado por esta patología.
Admito, con toda simplicidad, que por razones de tiempo/espacio de la “realidad real y de la realidad imaginaria”, sin la sorpresa de sorprender a los sorprendidos, no podré completar todo el antibiótico argumental para repeler la infección que contagia todo el cuerpo corrompido del ser que delira infestado por una de las más capciosas y virulentas plagas de Dios: la creencia en su creencia increíble de creerse poeta por un sino innato o por la señal de una estrella en el firmamento de su cielo estrecho. No podré salvarlo, porque no tengo suficiente inspiración ni creamina para erradicar esta genuina epidemia epilérdica. Mis pócimas sólo contrarrestarán el Síndrome de Infección Demiúrgico Alabanciosa (SIDA), del que yo vengo desintoxicándome desde que descubrí que el poeta no es ningún Dios, ni cosa que se parezca.
André Bretón lo ha dicho suprarrealísticamente: cualquiera puede ser poeta. Y Tristán Tzara quiso allanar el camino de los impotentes para escribir poesía, para que con todo y “dadaísmo” la escribieran. El poeta es al que le llega la poesía, al que la llama sin miedo, como dijo León Felipe. El buen italiano maldito Cesare Pavese, en “El Oficio de Vivir”, dice que “la poesía sale a la luz cuando se la busca y no cuando se la presenta. Y Bécquer, con todo y sus “rimas”, dijo que “aunque no haya poetas, habrá poesía. Es decir no sólo en el hombre reside la poesía, y el hombre con miedos jamás verá llegar la poesía, nunca la llamará. La poesía está en la rosa y fuera de la rosa.
En mi libro “Orbe Per Verso, sin poesía”, el que ganó el Premio Internacional de Casa de Teatro, dije fuera de mis cabales, que no se podía ser poeta y hombre al mismo tiempo, porque la poesía no es cadáver. ¡qué hijo ‘e la gran poesía!
Y mientras más cadáver de hombre y más hombre de cadáver seas, menos poeta serás.
En el libro “Los Triálogos: poesía a tres voces”, en el Primer Prólogo de Baeza Flores, leemos lo siguiente: “El poeta ha de ser también medio de curación y conocimiento, rescate de los muchos fondos todavía sin luz y sin hombre, abandonados en él a la ruina, a la indiferencia, a la soledad y a la miseria.”
“La búsqueda de lo agradable sólo, de lo falsamente grato y acariciador, en el poeta, nos parece parcial, insincero y trunco, además de falso. El hombre tiene también su nivel de maldad como su nivel de virtud y tiene en su fondo toda una rica, inexplotada e inexplorada selva primitiva. El poeta ha de ser el que sorprendiéndose en sí su origen libre y descarnado, sorprende por eso en el hombre total su zona secreta y menos habitual, siempre desconocida. El poeta ha de ser capaz a sus propias edades terciarias y cuaternarias en busca de esas verdades quemantes por desnudas. La sinceridad, descarnada, “desvergonzadamente” confesional por sobre cualquier otra virtud. (...)
El poeta, con palabras de Goethe, ha de reconstruir el mundo en su alma, y para reconstruirlo ha de estar contra el mundo si el mundo se le antoja falso y deslucido”.
En esta larga cita, no hay “Flores” que valgan... Es un metamensaje al poeta fácil y alegre, que amarra al dueño donde diga el burro... Por eso exclama: “mueran todos los poemas de superficie gratamente mentirosa”. A mi el mundo se me antoja falso y deslucido, por eso estoy en contra de los poetas falsos y deslucidos.
Pero el gran síndrome, descabezado y adquirido, es si se nace o no poeta. Si esta condición de ser o no ser poeta es desgracia o privilegio de unos pocos predestinados, o veleidad del capricho enfermizo de dos o tres especímenes sobreseídos y luxados que porque anden en la calle como santos o demonios de carnaval, se tejan trenzas jamaiquinas sin ser jamaiquinos, o se rasuren el “caco” como calvos postizos, vistan túnicas tibetanas para imitar a krysna, se incrusten aretes hasta en el pensamiento, se aposenten en una vida ermitaña, bohemia, de copacabana y playboys, caigan en la homopajarería, fumen pipas, usen bastones, miren por encima del hombro sin tener hombros, hablen “lenguas” sin tenerlas, por monerías citadinas y por entrar en modas parloteras, anden más raros que la rareza, ya se creen los únicos poetas de un mundo des-arte-culado, y que estas son señales, poses, características de un poeta, de un hombre, pequeño Dios, distinto de los demás, que fue consagrado por no sé quien diablos para ser escritor, artista o poeta... y ni hablar de los “compañeros” beneficiarios de los concursos del poeticlub. En este mundo, maquinante y maniqueante, mientras más pájaro, más comparón, más extrovertido, más tunante, más chapucero, más pedante, más saltimbanqui, existe la sarnosa creencia de que más poeta se es... Y a estos hay que inyectarlos para que bajen sus furores y sus egolatrías... más allá hay otros, muchos otros, todos los otros de “versos sencillos” martianos y “odas elementales” nerudianas, que si quieren, y salen del “cascarón humano”, pueden ser poetas, porque esta condición no es exclusiva de ningún advenedizo trabalengüero.
El Manifiesto de la Metapoesía me auxilia en las lucubraciones anteriores. Dice una de sus apuestas: “Saber que no se sabe como el inconsciente freudiano es la metapoesía, pero que se reivindica inagotablemente. Teoría infinita de la práctica. Crítica. Poesía de la poesía. Poesía dicha y desdicha.” Hago hincapié en la definición “teoría infinita de la práctica”. La poesía se hace con la práctica, haciendo la poesía, puliendo la poesía, diciendo y desdiciendo versos, rompiendo y articulando metáforas, subvirtiendo “el ser del lenguaje”. Ya un escritor dijo, y no por inmortalizar sus glúteos, que para escribir, y escribir bien, es decir crear escribiendo y escribir creando, con una meta poética, con escriterio, solo se necesitaba un 10% de cerebro y un 90% de nalgas, parafraseando quizás al inventor de los inventores, Thomas Edison, quien decía que “ser genio lo que significa es noventa y ocho por ciento de sudor y dos por ciento de inteligencia” (folletín caricaturizado “Encuentro Estudiantil con el Pte. Leonel Fernández en la Feria del Libro).
Esto está claro: un chin de inspiración y mucha masa práctica. Hay que sentarse a escribir la obra, hasta que se te acalambren las sentaderas... Ahora, los que se inspiran por estas partes blandas, serán en los anales, poetas de mierda. Esto no es una metáfora pedótica, pero estas estadísticas de masa encefálica y de masa gluteica, manifiestan la intención de este autor tropical, que debió tener un gran trasero creativo, de advertir que para escribir la obra poética, hay que sentarse bien sentado, gastar cerebro y nalgas, sentarse a garabatear impulsos, a inventar intentos, a romper ideas, hasta que las nalgas no sean nalgas... Yo creo en esto. Entonces, sin que descubramos la claridad nublada, nadie nace escritor. Leonel, en una entrevista con un niño en la Feria del Libro, dijo, sin pretender descubrir al león dominicano, que es un “tíguere” que sabe de todo: “la inspiración no es lo que hace la gran obra, es el trabajo, y usted tiene que realmente sentarse a producir, a trabajar, a cortar el párrafo, a cortar la frase, a buscar la cosa...” Estos “trucos” de escritor se los enseñó el Maestro Juan Bosch, quien ahora debe andar haciendo un “Camino Real” por otros páramos.
Nacemos con cerebro y nalgas para, con un CC de inspiración, crear y descrear... El poeta es una meta: la meta es la poesía: el oficio de escritor: el escritor de oficio.
En el prólogo de un libro viejo de la Editorial América (Aprenda a Redactar correctamente) leemos que “existe la creencia de que el escritor nace y no se hace, pero esta aseveración carece de sentido y veracidad. (...) Se podrá tener una vocación innata o talento natural, gran imaginación, facilidad de pensamiento, instinto y emoción del idioma, claridad de ideas para crear y escribir; pero ello no basta, pues se requiere un largo proceso de estudio, de perfeccionamiento y disciplina...” Verdad de perogrullo sin comentario perogrullado, porque los peros y las grullas vuelan bajito. El poeta italiano, Cesare Pavese, en sus memorias tituladas “El Oficio de Vivir”, en la parte Secretum Profesional admite que “justificaba ya las ulteriores búsquedas de mi poesía como aplicaciones de una conocida técnica del estado de ánimo y hacía en cambio una poesía-juego de mi vocación poética. (...) Me parece verdaderamente haber adquirido un instinto técnico tal que, sin pensarlo deliberadamente, mis fantasías me salen fuera, imaginadas según la fantástica ley...” (Ley fantástica de la imagen). “...una poesía no está clara para su autor en su significado más profundo sino cuando está totalmente terminada.” Aquí se pregunta: ¿Cómo puede este construir el libro sino reflexionando sobre las poesías ya hechas?”. Aparece el afterthought pavesiano. Es decir el acto de “reflexión y reconsideración”.
La palabra mágica es la inspiración. Esa cosa que “sólo” le llega a los poetas. Los demás están condenados a nunca inspirarse. Sólo pueden respirar y expirar. ¡Qué manía esta, la de quererse apropiar hasta de las cosas invisibles! Todo el mundo se inspira un día, o puede inspirarse siempre que quiera inspirarse. En el prólogo de su Obra Poética, dice Borges, “la doctrina romántica de una Musa que inspira a los poetas la profesaron los clásicos; la doctrina clásica del poema como una operación de la inteligencia fue enunciada por un romántico, Poe... (...) Por Musa debemos entender lo que los hebreos y Milton llamaron el espíritu y lo que nuestra triste mitología llama lo subconsciente.” “Los griegos invocaban la musa, los hebreos el Espíritu Santo”. Para Estrada Torres, en su libro “Raíces Psicológicas de la Poesía”, estudio sobre Freud, interpretador de los sueños y de la inspiración onírica, “el subconsciente puede compararse, en el acto creador, con nubes cargadas de electricidad, de las cuales salen el rayo y el relámpago que iluminarán los pensamientos, que con el toque de la razón, se ajustarán a la inspiración y a la personalidad del poeta”.
Enumeremos: razón, inteligencia, subconsciente, sueños, espíritu, personalidad, inspiración... ¿acaso estos son estadios localizados en seres especiales? ¿Propios de los poetas matatanes? Dígase un no sin poesía... es decir, poéticamente falso. La consigna del surrealismo de Bretón animaba que “la poesía debe ser la obra de todos”. Y Mallarmé identificó un sólo poema: el de todos los poetas.
Es por estas manifestaciones, sin apogeos ni lisonjas, que hoy pretendo, con estas pócimas* sin recetas ni diagnósticos, curarte la lengua y las ponzoñas que te hacen humano y poeta inmodesto y jactancioso, grosero y casquivano.
En este suero de palabras al azar del verso, pretendo, sin pretensiones vanidosas y manidas, demostrar, aunque no me importa demostrar nada, que ni los clasicóides caratuleros, ni los romanticones con títulos remachados, ni tampoco los amanuenses empotrados en el altar de la crítica, desde antes y después de Cristo, tenían razón cuando fruncían su yo nimbado de plumas para egolatrizarse como únicos portadores del virus del arte, del genoma poético, de la peste de la inspiración... Ni, mucho menos, los puritanos de florilegios y oropeles, ni los oscurantistas con fobias atávicas, y ni hablar de los lenguaraces lingüistas, agarrados del léxico que cabe en un libro de lomo gordo y aherrojado de termitas, causando jorobas tartamudas a todo epígono, azulado por la fiebre del engreimiento, y la desfachatez alcahuetal de un esbirro de papel y poses, vistiendo papilomas desabridos en el ditirambo. En el mismo burro de ideas vegetan los rapsodas, rimadores, aedos, vates, juglares, bardos y poetastros, que se acogotan y ufanan en creerse los únicos que tienen los versos agarrados por los moños: esas greñas melenas o crespas, tan ajustadas a cada cabeza, con su vaselina, su desrizado, su peine particular, y su tinte de camaleones variopintos, haciendo ruidos ocres y cacareando con su pico de oro vulgar.
Afirmo, como jeringa endovenosa, que la poesía es un problema que trasciende y circuye las superficialidades humanas y humanoides, como esa de creerse dioses versificadores y artistas por abolengo, alcurnia y herencia, endiosándose endemoniadamente con el elixir luxurioso de la egolatría que hace flemas la boca de tu megalomanía de porcelana.
Demuestro, abriéndote el edredón de la soberbia con el bisturí de operarte los tumores que contagian tus ínfulas de mayonesa, y como Andarín con los pies en el cerebro, que no somos dioses ni fantasmas y que los duendes y musas son inventos de los poetas engolados para diligenciarse de manera predestinada e innata la condición de poeta. ¿Y qué diferencia mundanalmente a estos engreídos íntimos y ortopédicos de ti, de aquel, de mi, que les oigo y les veo bullangueros y alabanciosos en cada esquina del albur y la bohemia cotidiana? El “Borges Oral”, al hablar de la inmortalidad alude a lo que Bernard Shaw llamó “la fuerza vital” (the life force) y a lo que Bergson definía como el “élan vital”, “el ímpetu vital que se manifiesta en todas las cosas, el que crea el universo, el que está en cada uno de nosotros”. Antes dice: “Hay algo que quiere vivir, algo que se abre camino a través de la materia o a pesar de la materia, ese algo es lo que Schopenhauer llama “wille” (la voluntad), que concibe al mundo como la voluntad de resurrección.” Somos iguales y semejantes, pero la gran lucha es ser distintos. Esta es la fuerza vital del poeta.
En este mundo todos tenemos cuerpo humano con vísceras y aderezos constipados, mente criminal y onerosa: hermosa fusión y engranaje que ofrece las condiciones para que la poesía del poeta, sin dioses ni sepulturas, ni blasones ni petulancias, para que la palabra labrada del poeta, no esa “mercancía poetastra” hipnotizada por la mediocridad, regurgite desde diversos puntos de convulsión. Yo soy más poeta, sin serlo, que todos los que se jactan de ser, por obra y gracia de la naturaleza y del supremo. La incorruptible diferencia entre los poetas agoreros y yo, ese yo poético, verbal, diabólico, radical y andarínico, es que estos hablan con la boca de la baba y se definen con palabras parlanchinas. Yo hablo con la punta renegada del silencio y no hay palabra que defina mi camino de soñador mortal y de inmortal torbellino.
Aseguro, “con candado y boto la llave”, que la inspiración es un fluido sólido, líquido y gaseoso que todos podemos respirar con sus purezas y contaminaciones, según la atmósfera en que se ventilen la carne y el espíritu, sabiendo que el espíritu es el gusano arbitrario de la carne que se pudre con aleluyas y fármacos.
Asevero que el potaje que hierve letra por letra, o letra sobre letra, o letra tras letra, como cae el diccionario de aZetaminofén, cacofónico y frío, en la paila de aceite del lenguaje, no es el menjurje que sirve para sancochar, freír o azar poesía, ni cuaja la profundidad y anchura de un poema, si no le adhieres condimentos reales y mágicos, ácidos y manchosos, como la cebolla bermeja de la idea, el ajo arcilla de la fantasía, la mostaza parda de la realidad, el pimiento fucsia de lo sensible, la sal celeste de la locura y el vinagre romo de la deshumanización, todo ardiendo en la combustión rigurosa y extemporánea del arte.
Un buen día, Roque Dalton dijo, “gracias, poesía, por hacerme comprender que no estás hecha sólo de palabras”. Y así es, poeta de las tabernas.
En el epílogo del libro “La Moneda de Hierro de Borges” leemos lo siguiente: “Un hecho cualquiera (...) puede suscitar la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue infinita, en una fábula o en una cadencia. La materia de que dispone, el lenguaje, es, como afirma Stevenson, absurdamente inadecuada. ¿Qué hacer con las gastadas palabras? (...) y con algunos artificios retóricos que están en los manuales?
Un párrafo más abajo afirma: “Un volumen de versos no es otra cosa que una sucesión de ejercicios mágicos”. (...) Whitehead ha denunciado la falacia del diccionario perfecto: suponer que para cada cosa hay una palabra. Trabajamos a tientas. El universo es fluido y cambiante; el lenguaje, rígido.”
El poeta es un kinesiólogo y escultor de metáforas cristalinas y opacas, no un hablador, ni lengüetero, ni declamador de palabras de boca y lengua. Las palabras del poeta salen de la voz patológica, del timbre renal, del olfato seboso, del entrecejo avispado, de la nuca solar y efervescente, del estómago penitente y psicológico, de las arterias asincopadas, de la maldición santiguada, de la flema, del meollo, del estornudo, de las arterias, del escalofrío, del miedo, del resabio, del mutismo, de la sementación y de la fecalidad. Las palabras articuladas con la bemba y el galillo por los elegidos de Dios para el parnaso, sólo les sirven para aventarse el pecho como parludos endrogados, para decir, tras una lluvia de saliva, “soy poeta, toda la poesía me es conocida”, sentencia para la gloria efímera de un estúpido con plumas en la vanidad.
Infiero que cualquiera puede hacer poesía, haciéndola, y ser mejor poeta que yo, ¡aleluya!, siéndolo, y no necesariamente inyectándose estas pócimas, ni este CC de inspiración. Y esto, poeta verdadero, común y corriente, me complace hasta la muerte, lugar donde sudan la última fiebre los seudopoetas pegados en desabridos curules, luciendo su placa de poeta del reino y rey de los poetas.
Por eso digo que soy desafecto del régimen de dioses únicos ostentadores de las sinecuras del altar.
Neruda confesó que había vivido y nació para nacer. Yo, ese yo que sustituye al nombre, Rannel Báez, el mismo con nombre de rico y apellido de pobre, híbrido de águila y cernícalo, no nació para vivir, ni para ser poeta, ni para salvarse, ni para ser humano... Nació para cometer errores, los mismos errores que destruyen la humanidad de Dios.
Dosis Extra.
En días pasados por la parrilla, unos cuantos CC después de las pócimas, y cuando se me había olvidado la poesía, por estar chupando pezones de mujer con la luna, me colló (caer de Coll) en las manos, y Collisionó en mis ojos, un diccionario tremendo y sin que le sirva ningún Collar (infinitivo del ver y no verbo Coll) definitorio.
El Diccionario de Coll es un collage de palabras que hay que deslenguar; entonces tomé la jeringa y extraje esta dosis extra, para los propósitos de la inspuración (inspiración pura y racional).
Coll es el Collmo. Su imaginación es genital (genio de los cojones). El Diccionario de Coll, en español (léase espaColl), no es Colluntural.
José Luis Coll, ¡que Colpresa!, es un verdadero poeta, porque las palabras del poeta no pertenecen al lenguaje de la Real Academia. Como dice Camilo José Cela, “Coll se inventa palabras graciosas y vivas como sabandijas”. Y es que “no sólo de la lengua vive el hombre”, asegura Sánchez Polack,
El lenguaje necesita enjuagarse la lengua y la jeta para que la palabra, “¡abrapalabra!” se encollerice (erizarse de cólera por no callar) para que la poesía se empocime (empecinarse por subir la pócima), inventando pal-abras y pala-cierres que te identificarán como escriColl.
La palabra del hombre tiene escollos, la del poeta Collorea (da color al llanto), y se hace Collmena de miel de avispa.
Te invito a la fundicción (fábrica de fundir palabras), antes que sufras de hidropoesía: acumulación acuosa y anormal de poemas en una parte barrigona del cuerpo.
· Emplasto Pilárico
Tras antes de trasantier, en una tarde pegajosamente citadina, frente al pabellón de literatura de la Feria Internacional del Libro, conocí a una mujer de grandes dimensiones. Se llama Pilar Pujols Penn. Poeta y filósofa. Le hablé del CC de inspiración y de los pseudopoetas, falsificados y postizos, endiosados por la fe en su ego y en la gleba, a los que hay que administrarles pócimas antihipocretinas de amplio espectro. Ella, levantó su cara de artista y sacó un legajo de poemas titulados “Abecedario Intento”, nueve cantos, filosofía. De los cuales extraje, porque se ajusta, como piel a las pócimas, el que sigue a continuación:
“El alfabeto sugiere en la literatura:
Ardor en el decir.
Bondad en intenciones de la trama.
Corazón abierto a las verdades.
Dirigir la palabra al punto exacto.
Expresar sentimiento.
Fantasía cuando haya espacio para ello.
Gozar en cada frase.
Hurgar en lo posible.
Investigarlo todo.
Jugar con las palabras.
-
Luchar si la pereza asoma.
Manejo del cinismo y la ironía.
No haya negación a la experiencia positiva.
Ñoquis a veces en sopa abecedaria.
Organizar ideas cual ejército.
Perseverar en la tarea fecunda.
Querer dialogar desde muy dentro.
Rezar todos los días al zarpar.
Soñar para nutrir la historia aún no contada.
Tratar de hacer valer cada derecho al personaje.
Urdir un plan, por el lector, no imaginado.
Voluntad diaria para limpiar lo escrito.
¡Wao!, cuando el asombro asome.
-
Yola en el corazón para escapar del miedo editorial.
Zapatos disponibles para ir a los lugares en pos de las palabras.
Pilar va de la A a la Z en un poema que tiene sus propios pasos. Pilar camina su propia poesía.
· Epidosis Venal
Estrada Torres, fallecido recientemente (honor a sus restos de arqueólogo metido en un caracol ancestral) en su libro Raíces Psicológicas de la Poesía, cita una publicación, que Manuel Mora Serrano, nombró “Un poema que gustaba a Kafka”, de un texto del poeta checo Jiri Welker, titulado Humildad, en el que se lee lo siguiente:
“Me haré pequeño y cada vez más pequeño
hasta ser el más pequeño de la tierra.
Temprano por la mañana, en una pradera de estío,
tenderé mi mano a la florecilla más pequeña
y esconderé la cara en ella susurrando:
Tú, mi niña, sin zapato ni vestido,
el cielo apoya en ti su mano
en una brillante gota de rocío
para que no se quiebre
su gigantesco edificio”.
A seguidas cita el comentario que hizo Kafka de dicho poema: Cito: “Sí, esto es poesía, la verdad vestida con palabras de amistad y amor. Cada uno de nosotros, el cardo más desgreñado como la palmera más altiva, sostenemos, todos, la vastedad del cielo encima de nuestras cabezas para que esa colosal fábrica, el gigantesco edificio de nuestro mundo, no se derrumbe. Hay que mirar más allá de las cosas.”
Es la meta de la poesía, ver más allá de las cosas. Es por ello que Roberto Juarroz afirma que “la poesía no va al frente de nada, sino a la profundidad de todo”. Esa profundidad dibujada, libre, poética, “razagrámica”, sincrética, vivificante, humana, religiosamente pura, mágica, donde sólo se llega buscando (...) esa instancia, esa estancia, ese misterio individual, ese espacio tuyo y tan cósmico que se descubre y se toma, yendo “hacia la otra senda de la luz”, yendo hacia la verdad, hacia todo, hacia nada, hacia ti mismo... la poesía no se define, es multívoca, no es palabra textualmente expresada, mecánica, lingüística, teorética... la poesía no tiene cédula de identidad y personal, no tiene “libritos individuales”, no tiene esquemas prefijados, ni tesinas empastadas... La poesía es... es ella misma... la poesía se defiende sola y el poeta es su escudero. Oigamos a José Martí: “verso, me hablan de un Dios/ a donde van los difuntos/ verso, o nos morimos los dos/ o nos salvamos juntos.” ¡Claro que sí! H. Meschonnic sentenció que “quien escribe, se escribe; quien lee, se lee”. Estos conceptos los vertí por el libro de Bernado Bor, “Hacia la otra senda de Luz”.
Y dije más: “No hay mala poesía, ni buena poesía, ni regular, ni con plomo ni sin plomo, ni socialista, ni religiosa, ni popular, ni atea, ni metafísica, ni amorosa, ni odiosa, ni oscura, ni clara, ni maldita, ni salvada, ni limpia ni sucia, ni condenada... La poesía es ella misma en sí misma. Eres tú en ella. Ella en ti. Es nada en el todo, todo en la nada. Es luz en la oscuridad, oscuridad en la luz. Y a propósito de luz y oscuridad: “poeta, por ser claro no se es mejor poeta. Por oscuro, poeta –no lo olvides-, tampoco”, versificó Alberti. Y exclamó en sus “versos sueltos al mar”: “!oh, poesía del juego, del capricho, del aire, de lo más leve y casi imperceptible: no te olvides que siempre espero tu visita...”
La poesía es “encuentro y búsqueda”, brujuleando. Búsqueda y encuentro, periscopeando. En la poesía todo es al revés: lo blanco no es blanco, es mente meditando, tumba de ancestro, página virgen, paloma en vuelo... lo sólido no es sólido... es azogue subiendo la temperatura, es seso bajando por la memoria... lo translúcido no es translúcido... es idea del sueño, imagen del “esquizo”, transparencia del encuentro... lo mortal no es mortal... es metamorfosis de luz, reencarnación yugular, eyaculación repetida... es poesía saliendo y entrando... lo poético no es poético... Es un hombre invertido... “Nulidad del todo”.
Primero encuentras la musaraña, la huella, el bicho, el fermento, el efluvio, en los que llega la poesía... y luego buscas por donde rehender, por donde conmocionar... por donde “hacer-vivir-decir siempre nuevo”, rumbo a la poesía.
Se asegura que “de poeta y de loco, todos tenemos un poco”. En este mundo que da más vueltas que un loco, por el albedrío que nos identifica, hemos elegido ser más locos que poetas. Y no los locos elogiados de Rótterdam, ni los de Torcuato, esos “renglones torcidos de Dios”, sino ese “homo de mens que somete al homo sapiens y subordina la inteligencia racional al servicio de sus monstruos”, que señala Edgar Morin en su libro de los “Siete Saberes...” Afirma este filósofo y pedagogo que “la locura es un problema central del hombre, y no solamente su desecho o su enfermedad”. Esos locos cuerdos que fabrican maldades, y se hacen más máquinas en la medida en que son más hombres técnicos... al servicio del poder económico.
Para Morin “el ser humano es complejo y lleva en sí de manera bipolarizada los caracteres antagónicos:
sapiens y demens (racional y delirante)
faber y ludens (trabajador y lúdico)
empíricus e imaginarius (empírico e imaginador)
economicus y consumans (económico y dilapidador)
prosaicus y poeticus (prosaico y poético).
Este hombre es “el pequeño y gran Dios”. El poeta no necesita de pequeñeces ni de grandezas... ni de dioses ni de diablos.
Oí decir a Joan Manuel Serrat, ese cantautor del “pueblo blanco” del “mediterráneo”, interpretador de Machado y Hernández, en el programa “Conversación en la Catedral, que conduce el poeta ético y de “lengua de paraíso”, José Mármol, “yo escribo para botar lo que tengo aquí dentro de las tripas, más arriba y a veces más debajo de las tripas...” “Todo aquello que nos conmueve, que nos sacude, que nos golpea, está lleno de poesía...”
En este mundo desigual y pantagruélico lo que más sabe de poesía son las tripas, por eso allí crece la poesía de Serrat...
Vivimos un mundo de crisis. Estas devienen artificiales y planificadas, naturales y ortopédicas, espontáneas y laboratóricas... Crisis sociales, amorosas, económicas, histéricas e históricas, emocionales, de locura (tan comunes en este hombre loco), así conmocionan, prorrumpen, fisiológica y patológicamente, crisis poéticas y creativas, que producen metáforas sangrantes como úlceras mágicas, jitanjáforas de dolor, (tan comunes en el poeta).
He agotado estas dosis, aceitosas y retámicas, y aún no puedo aflojar el torniquete yugular de la venalización poética. Por eso, antes de caer en un coma sin punto, digo:
El poeta tiene una meta... la poesía. Y como dicen los metapoéticos: “se trata de inventar el poema con la poesía. En el trance. En la locura”. Y hemos de confesar que muere la poesía mientras viva el hombre, creyéndose un Dios poeticólogo y sin vacunar sus ínfulas vanagloriosas con un CC de inspiración y otras jeringas de creamina.
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