lunes, 16 de junio de 2008

El Oficio de Escritor

Por William Mejía


Gracias a Edgar Valenzuela por la invitación. Gracias a Ángelo, el anfitrión. Gracias a los demás del equipo de escritores y de aficionados de San Juan de la Maguana. Saludo este espacio literario. Ojalá que se mantenga. Estamos necesitados de otras tertulias como ésta. Y no digo más porque las siete páginas que me tocan se van enseguida.
Antes de entrar en los detalles, debemos puntualizar que toda experiencia creadora es fecunda, y si llegamos a la interacción, podemos tener esperanzas en el futuro de la literatura caribeña y latinoamericana, que es, a nuestro juicio, el fin último de todo esfuerzo encaminado en este sentido.
Sobre ello, y de entrada, nos hacemos las interrogantes siguientes: ¿Cuáles son las libertades y las limitaciones que tiene el escritor al momento de la concepción de su obra? ¿Cuáles técnicas debe emplear? ¿Cuáles son las cadenas de recursos que debe incluir?
La respuesta es una sola: hay muchas, y cada quien elige las suyas, según sus propias posibilidades.
El primer problema que se plantea el escritor para concebir una obra literaria es la elección del tema o punto de partida. Aparecen de inmediato los temas que son aparentemente insulsos y también los que parecen manidos, sin mucha cosa qué ofrecer.
Es la primera probabilidad de error; pues todos los temas, por simples que sean, pueden convertirse en material de una buena obra. Todo depende del tratamiento que se les dé. De igual modo, los temas nunca pasan de moda ni pertenecen a nadie en particular. ¿No hay media docena de Donjuán de Tirso de Molina para acá?
Un detalle se debe tomar en cuenta: ese tema debe estar en el marco de las disciplinas o conocimientos generales que más domina el escritor. Habrá así más fluidez y naturalidad; ya que el autor tendrá más libertad de creación. El proceso de investigación, previo a la escritura, ayuda mucho para documentarse sobre el tema escogido.
En este punto, debemos hacer una pertinente observación: a veces, al escoger un tema de los que se han tenido como tabúes, o al tratarlo de paso en una obra, nos asalta la idea de cómo serán las reacciones oficiales, religiosas o sociales. Estas consideraciones no nos deben hacer variar las metas o las formas de la obra; ya que sacrificaríamos una parte importante de nuestros principios artísticos y personales, y el arte se nutre de orgullos y rebeldías inagotables.
Pongamos como ejemplo que cuando Moliere escribió “Tartufo”, como un monumento crítico a los “devotos” de su tiempo, jamás se preocupó de cómo lo tomaría el Rey Luis XIV, quien lo prohibió enseguida, pero hoy, Moliere es Moliere, más por “Tartufo” que por sus otros textos.
Asimismo, el escritor es tentado frecuentemente para que escriba sobre determinado tema. Otras veces se siente provocado por la idea de darle un fin utilitario a su obra literaria. Hay que cuidarse mucho en este aspecto; pues si se deriva la obra hacia objetivos posteriores; como la misión educativa, la política, la religiosa o la comercial, la misma auto imposición puede convertirse, y generalmente se convierte, en una fuerte limitación que cercena de un solo golpe el producto artístico que deseamos lograr.
En fin, creo que el escritor elige su tema, pero no siempre está en la posición de identificarlo, ni siquiera aquellos que están en su entorno.
Después que se tiene el tema, hay varias preguntas que ha de formularse, para asegurar así que la obra resulte atractiva para el lector.
a) ¿Cuáles recursos utilizará para que su obra tenga un verdadero carácter literario? Esto es, ¿cuáles situaciones se saldrán de lo común y entrarán en el campo de la fantasía o de la irrealidad, sin que dejen de tener lógica en la obra literaria? Llamamos la atención sobre el hecho de que los mitos del Caribe son numerosos y que están a la espera de que alguien los lleve a la literatura.
b) ¿Cuál o cuáles tesis, a las claras o disimuladamente, quiere plantear el autor? Es decir, ¿sobre cuál o cuáles asuntos desea llamar la atención de los lectores?
c) ¿Estará o no la nueva obra enmarcada dentro de la corriente artística y filosófica en la que cree el autor? ¿Con cuáles elementos queda asegurado de que no renunciará involuntariamente a tales preceptos, o de que renegará de ellos, si esa es la idea?
Después de identificar los soportes fundamentales de la obra, podemos ya empezar a escribir, pero con el cuidado de mantener el principio de continuidad, que es el desarrollo de la obra de manera creciente en intensidad. ¡Y este principio se puede romper de forma involuntaria!
La forma creciente, bien conducida en una obra, supone, en el planteo clásico, una exposición, una progresión y un clímax. Pero, desde el momento mismo de la exposición o introducción –que hoy día sustituye al prólogo–, podríamos caer en abusos explicativos que le quitarían la aureola artística a la obra.
En cuanto a la progresión, que debe ser del todo y de cada ciclo en particular, hay que tratar de que, por muy vanguardista o experimental que sea la propuesta, se note claramente la decisión que toma el autor en pro de lograr algún objetivo; ha de venir luego la lucha contra los obstáculos previstos, el acercamiento definitivo al éxito o al fracaso, y, por último, el clímax, que es la realización más alta.
Aquí podrán hablarnos del anticlímax de algunas obras, pero la verdad es que no creemos tampoco en ello en la literatura. Ocurre que ese clímax se produce de forma diferente, de una manera no clásica.
Un elemento a tomar en cuenta al crear una obra, que no sea de poesía en el sentido de la palabra, es la ambientación poética que debe envolverla, por la simple razón de que la raíz primigenia de la literatura toda es la poesía. Esto, sin embargo, nos puede llevar a convertir la obra no poética en un largo poema, todo por andar en busca de la pureza originaria. En tal sentido, las nuevas corrientes artísticas plantean la búsqueda del lado hermoso de las cosas consideradas tradicionalmente feas.
Al respecto, recordemos que León Mousinac afirmó, hace 50 años, que “el llamado de una pureza muerta debe condenarse hoy en beneficio de una riqueza viva, aun cuando algunas veces sea impura”
Ha de evitarse también hoy caer en la expresión de la realidad pura y simple; pues en ese caso la obra perdería su carácter artístico, que se fundamenta básicamente en la imaginación y los sentimientos. Alertamos sobre ello, debido a que nuestros pueblos, con tanta crisis y pobreza, siempre serán una provocación para los reportajes. ¡Y por ahí ha caído mucha literatura latinoamericana.
Este, naturalmente, es un tema para la discusión; pues desde que Aristóteles escribió que Eurípides “pintaba a los hombres como eran, con sus debilidades y menguadas pasiones; no como Sófocles, que los concebía como él quería que los hombres fueran”, hay una polémica sobre la realidad y la fantasía en la obra literaria.
Otros aspectos importantes, que se convierten en escollos insalvables para el autor, si no los conceptúa a cabalidad, son las tendencias filosóficas y las corrientes literarias pasadas y presentes.
Si el escritor no asume su propia postura, con base en el conocimiento de las ideas filosóficas, la obra lucirá sin agarre, sin punto de apoyo. Y si no hay claridad en las tendencias artístico-literarias del momento, ni postura al respecto, puede tener mal fin ese producto literario.
Pero la conciencia sobre las tales tendencias y corrientes, presenta a su vez una nueva amenaza. Por momentos el escritor se detiene en medio de su obra, temeroso de caer en alguna otra línea filosófica o literaria, que no es la que él defiende con vehemencia. Este es otro error; pues siempre se debe andar en la búsqueda de nuevos caminos, y no aferrarse ciegamente a las creencias; ya que el dogmatismo no ha sido nunca un buen compañero.
Al llegar aquí afirmemos que nuestros escritores, en mayoría, están necesitados de escuelas, ya que la nuestra es una obra matizada por el empirismo.
En cuanto al estilo de un autor, que es el producto de su originalidad innegociable, tiene en la literatura dos asechanzas: la influencia visible de otros autores y géneros, y la simple imitación.
Siempre que escribimos una obra –de cualquier género–, nos sentimos cortejados por las influencias de los grandes autores, especialmente de aquellos que más hemos leído. Debemos aceptar con beneplácito el embrujo de tales autores, pero sin llegar muy lejos en sus dominios; ya que podríamos caer en lo que otros, que han copiado casi al fiel trozos de textos extranjeros, que se pensaba que nadie conocería por estos lares.
Después de Ibsen, Echagaray, Maeterlinck y Claudel, no ha dejado de haber simbolismo –lo dijo Pablo Neruda–, pero escribir una obra hoy día, atrapada en ese movimiento, vendría a ser igual que construir un pequeño o gran “cementerio de símbolos” Y lo mismo se aplica a todas las tendencias y a todos los escritores.
En ese aspecto, recomendamos a los noveles escritores no leer o espectar “de un tirón”, obras de un autor o de una corriente; pues, si es verdad que a los críticos les viene muy bien este procedimiento, a los artistas-creadores puede resultarles en un fatal aprisionamiento.
En la misma idea, cuando un escritor concibe su obra, puede utilizar todos los recursos a su alcance para el logro de los mejores efectos; pero de ninguno de esos recursos debe abusar; ya que podríamos restarle fuerza al carácter literario de la obra. En esa línea se inscribe, por ejemplo, la influencia del cine en el escritor; el cual, si es muy adicto a las películas o muy versado en ese campo, si no se resiste a la tentación, su novela o su obra teatral puede acercarse más a un guión que a una novela o a una obra teatral en el sentido de la palabra.
El desconocimiento de los elementos técnicos que intervienen en la obra literaria podría convertirse eventualmente en una limitación de cierta importancia para el escritor, a pesar de que esta falta puede ser cubierta perfectamente por la lectura constante y por la práctica consciente. De lo que se trata, sin embargo, es de que el autor podría tener a su alcance algunos recursos que le ayudarían a darle toda la dimensión que quiere al proceso creativo.
(Puntualizamos: No hay posibilidad de ser buen escritor si al mismo tiempo no se es un lector empedernido, fanático)
Un problema frecuente entre los escritores es la ansiedad por darle término a una obra, que es muy extensa, o que no ha podido seguir adelante por alguna causa. La desesperación por terminarla puede llevar al autor a abortar el proyecto de su vida. La maduración es un paso que no debe obviarse en la creación literaria.
Recordemos que Goethe, por ejemplo, duró más de 50 años para escribir “Fausto”, y es por esta obra, principalmente, que se le considera como el más grande escritor alemán de todos los tiempos.
Cuando el escritor ha terminado su pieza literaria, tanto en contenido como en forma, debe asumir entonces una postura crítico-estética, es decir, una evaluación total sobre el trabajo hecho, una revisión sin perdonar nada, sin contemplaciones, siendo cruel consigo mismo. Este es el momento en que se pule la obra, para darle un artístico acabado, corrigiendo, desde los asuntos más complejos hasta los detalles más elementales.
Esto no quiere decir, sin embargo, que el escritor debe tener su obra para siempre en la gaveta, para corregirla cada vez que se acuerda, como si fuera por manía. No. El tiene que publicar su obra, no dejarla “per sécula” en los archivos, dizque esperando madurarla más. De lo que hablamos es de corregirla sin tregua, hasta llegar al “estar de acuerdo” con su producto artístico, en ese momento de su vida, no dentro de cinco años ni de diez, tiempos que tendrán a su vez otras obras, distintas capacidades y diferentes correcciones. Son las etapas del escritor, por las cuales todos debemos transitar.
Nadie debe aspirar, por su calidad, a un Premio Nobel de literatura con su primera o sus primeras obras publicadas.
Caben todavía algunos señalamientos finales, para medio responder a las inquietudes de Edgar Valenzuela, expresadas a través de la página de internet de los escritores sanjuaneros.
Sobre el papel de la inspiración y la disciplina en el desarrollo de un escritor, tenemos que decir que las dos son importantes. Pero de la inspiración no pensamos que su rol sea el que se le asignaba en los viejos tiempos (los tiempos de las musas), sino que quien escribe debe llegar a tal nivel de altura en su trabajo, que lo haga profundo y atractivo para el lector, ejercitando lo más posible su propia dimensión sensible e imaginativa para lograr este propósito.
La autodisciplina se logra con trabajo constante y organizado. Escribir todos los días, lo que sea, es una práctica para llegar a ella. Este escribir todos los días puede resultar dificultoso a la hora de comenzar, pero de eso es que se trata, ir buscando la manera de que la inspiración sea atraído por el autor nada más y nada menos que en plena labor. Recordemos que García Márquez dijo alguna vez, de alguna manera, que “el escribir no era más que 20% de inteligencia y 80% de culo” Es un chiste, pero es verdad. Escritorio, escritorio y escritorio es el asunto (o cama, si es ahí que usted lo hace, o mecedor o baño, o lo que sea que le sirva de acomodo)
Es decir, el triunfo literario e intelectual yo lo veo como la recuperación de la fe en que lo escrito por nosotros ha de servir para algo, y, obviamente, lo veo también en una obligatoria y urgente renuncia a la haraganería.
Pero esa actitud de combate en el campo de la literatura no solo puede ser llevada en el frente de batalla de la escritura simple y llana, sino que, además, debe abarcar todos los frentes: la lectura sin tregua, de lo del pasado y de lo de hoy (de lo mejor, naturalmente); el esfuerzo por dominar la técnica de escritura (las cuales se pueden ir logrando, casi sin proponérnoslo, en la batalla de la lectura), incluido el simple dominio de las reglas ortográficas, pues, aunque hoy tenemos computadoras, estos aparatos nunca van a servir para corregir a los escritores de verdad, aunque algunos han llegado hasta a creerlo, olvidando que los ensambladores de esos programas son técnicos norteamericanos y japoneses, que nunca en su vida han leído, ni oído, que un “vale” del Sur “guindó los tenis” porque estaba “ajila’o” del hambre. Pensamos que, mientras más seguridad tiene el autor en el manejo de las técnicas, más fácil podrá salirle una buena obra literaria.
Por su parte, la imaginación puede desarrollarse con simples ejercicios de observación, redimensión de la realidad, y práctica sobre práctica. Así funciona todo. Lo que pasa es que, si nos disponemos a manejar, quisiéramos que el vehículo saliese corriendo de inmediato, olvidando que todos los chóferes de hoy, antes debieron “julepear” mucho (dicho en buen azuano), para finalmente hacerlo bien y obtener la licencia necesaria.
Ah, y no debe faltar en los espacios de difusión y discusión de la literatura, aunque somos tan dados al aislamiento, y a veces hasta a la creencia de que “nada de lo que escribe el otro tiene valor”
Naturalmente, creemos, como ya dijimos de otra manera, que una de las claves del éxito, de las más importantes, es la convicción, la conciencia, y hasta la fe, que tengamos en algún concepto. Por nuestra parte, creemos profundamente en que el hombre físico es sólo el instrumento de otro hombre que se mueve en nuestras interioridades, ése que parece haber ido por todas partes, y conocer más cosas que las que conoce el hombre físico. Ese ser interior, que a unos nos domina pero que a otros no puede imponérseles, nosotros lo llamamos el andarín, ser que llama a congregarse para la gran batalla de la imaginación en beneficio del futuro de la humanidad.
Finalmente, queremos aclarar que en este trabajo hemos hecho varias citas de dramaturgos y obras teatrales. Queremos decir que ha sido deliberado, con la idea de tentar a unos cuantos autores sanjuaneros para que asuman la escritura de teatro como una de sus posibilidades de desarrollo; ya que a veces no sabes en qué género estará el logro mayor. Y, además, el teatro ayuda al avance de los demás géneros; pues se dice que el mismo es el resumen de las otras artes. Muchos lo han hecho y lo han conseguido.
El ejemplo más importante es el del sanjuanero Ángelo Valenzuela, quien, estoy seguro, ni se imaginaba la posibilidad de hacer carrera literaria a través del drama, y ya, como el que no quiere la cosa, pero queriéndola, lleva varios premios de resonancia en este género, empezando por el primero que obtuvo en la Sociedad Athene, de Azua, luego el que se cayó por los predios de Casa de Teatro, con su obra “Un Ladrón en mi Casa”, y ahora el impactante primer premio de la UCE, lo cual debe servir de ejemplo para que otros lo intenten, y para que intenten trascender en otros géneros, como la novela, el cuento, el ensayo y la poesía; pues sabemos que cuando San Juan de la Maguana explote de una vez en esto de la literatura, habrá que sacarle su comida aparte; ya que sabemos de la calidad y de la cantidad de gente que aquí hace su trabajo de manera callada, tímida si se quiere, pero una literatura con mucho futuro, que solo espera la disposición de salir del anonimato.
Ángelo ha puesto la proa, y una turba le seguirá en la travesía. Estoy seguro.

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